-NO TE PREGUNTES SI ERES FELIZ, PREGÚNTATE SI HACES FELICES A QUIENES TE RODEAN.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La ruta del fleje roto





26 de abril

Nos agrupamos en el lugar de costumbre, Aranjuez, con idea de salir a las ocho. Mientras nos agrupamos, hacemos una reparación de emergencia a mis amortiguadores que ya empiezan otra vez a dar la lata y a las botas de vino que están de pez hasta arriba.

Juanma había quedado en Algeciras con su amigo Hammary, un simpático marroquí que nos iba a acompañar parte del viaje, trabajaba en Italia y venía a hacer sus papeles de la separación. Como no llegaba, decidimos coger el ferry de las ocho. Llegamos a la aduana con la desmotivación del que tiene que perder un par de horas de su vida haciendo el moñas en la cabina de un coche, pero sorpresa, en media hora nos habían despachado, ¡cenaríamos caliente en el hote!.
Llegamos y lo primero que nos llamó la atención es que nuestro amigo, el de la garrota y la chilaba marrón caca, el guardacoches de siempre ya no estaba. Su hijo había heredado el puesto. Aparcamos los coches, sacamos el equipaje y nos dispusimos a rellenar nuestros papelitos. En seguida pasamos a cenar y después a tomarnos uno te con Hammary que vino en el ferry de las nueve. Son de destacar sus zapatones de piel de cocodrilo y de alto estilo italiano, que él muy orgulloso llevaba y que nadie teníamos la confianza suficiente para decirle que le quedaban como a un cristo dos pistolas.

27 de abril

Nos levantamos y después de desayunar nos fuimos a los coches, a seguir haciendo reparaciones en mis amortiguadores, poner las emisoras y pelearnos con los vendedores de baratijas. Sobre las nueve ya todos preparados y Hammary el marroquí italiano de los zapatones de cocodrilo también, nos ponemos en marcha. Un largo viaje de asfalto hasta el bosque de Cedros.



Paramos a comer en un bar de carretera, donde El Hammary nos hacía de intérprete y seguimos hacia el bosque de Cedros y al entrar en la pista que nos lleva a él, nos desviamos a ver el agujero que dejó un meteorito al estamparse con la tierra. Estuvimos dando un paseo y haciendo unas fotos y al ir a arrancar el coche de David, no quiere –segunda avería y todavía no hemos empezado-. Como se nos echaba la noche encima, decidimos Esparteros y yo adentrarnos en el bosque para buscar un buen sitio para acampar y coger leña. En dos o tres kilómetros localizamos una explanada en la que cabríamos todos. Mientras les esperábamos, hicimos un fuego para calentarnos y para que nos pudiesen ver los demás al pasar. Después, apilamos leña para aguantar la fría noche que nos esperaba.

Montamos las tiendas, Sanchi reforzó el fuego echando en un plis plas toda la leña que Esparteros y yo habíamos recogido para toda la noche y que él pensaba liquidarse en 10 minutos y nos dispusimos a cenar. Después, orujo, chistes a mogollón y coña, mucha coña. Ya de madrugada nos fuimos a gatas cada uno a buscar nuestras tiendas con poco éxito y nos acostamos en una gélida y húmeda noche que el alcohol nos ayudó a superar. Yo todavía no se con quien dormí.

28 de abril

Diana con Albinoni, Vivaldi y Pachelbel en mi radiocasette. Más tarde música militar, para desengrasar. Recogimos el campamento y después de desayunar y apagar convenientemente las brasas que aún había, nos pusimos en marcha desandando la pista que habíamos hecho el día anterior y saliendo nuevamente a la carretera.

En Midelt paramos a buscar una batería para el Toyota de David, mientras, los demás nos fuimos a buscar cerveza. Estuvimos una hora paseando por el pueblo y dando vueltas de arriba abajo hasta que encontramos un tugurio donde nos vendieron unas latas calientes caducadas en la guerra con España. Ya con nuestra batería, seguimos camino y nos metimos en la ribera de un río a comer en unos olivares.

Estábamos rodeados de no menos de veinte Charlys que poco a poco iban tomando posiciones sobre nuestra colina. Les pusimos cara de perros hasta después de comer para que no se acercasen y así los mantuvimos controlados, después, sacamos nuestras bolsas de regalos y mientras los demás huían, me quedé yo solo, rodeándoles. Les empecé a repartir ordenadamente los bolígrafos y caramelos hasta que tuve que batirme en retirada soltando todo mi armamento y entregándoselo al enemigo. Eran muchos para mí, ya no sentía mis piernas y estaba aburrido de tanto crío encima.

En Tinerhir, nos encontramos a unos amigos del Topo. El Topo tiene amigos repartidos por todos los rincones. Les saludamos y nos fuimos a las Gargantas del Todra a buscar albergue.
Tuvimos que lidiar con un gamba que nos pretendía cobrar 5 Dh por coche no se porqué motivo. Llegamos al albergue y como el Yasmina, el menos putrefacto estaba lleno, nos fuimos al de al lado el de las chinches gigantes y las pulgas horrorosas.

Cenamos y se nos pegó el gorrón de rigor a soplarnos nuestro orujo mientras nos deleitaba con su conversación y nos trataba de convencer para irnos a un refugio que tenía escalando las verticales paredes del Todra. Cualquier historia es buena si el de al lado tiene alcohol.
Vaya con nuestro amigo Hassan, el gorrón de las pequeñas orejas y amplio gaznate. Nosotros, curtidos ya en estas lides llevamos siempre para los gorrones orujo blanco que parece alcohol de quemar para ellos, pero a éste le daba igual, se bebía hasta el gasoil.


29 de abril

Desayuno, paseito y en marcha. Ya empezaba a haber las primeras bajas envenenadas por la comida marroquí de los tugurios que frecuentamos. El Monstruo, Jesús y Juanma habían caído y empezaban a ventilarse nuestra excedentes de fortasec. Entramos en la pista de las gargantas que el amigo Mohamed VI se las está empezando a cargar. ¡Las está asfaltando!

Llegamos al pueblo de los niños capullos, Tamtattouchte, que te mandan para el lado contrario no se porqué razón. Hay algunos buenos, que tratan de ayudarte pero lo mejor es no hacer caso a ninguno y tirar de GPS.

Comimos en las gargantas del Dadés, en un hotelillo. Mientras nos preparaban unas vomitivas tortillas de color amarillo colorín nos fuimos a una tienda a hacer algunas compras mientras los enfermos, a dieta y únicamente con Coca Cola, seguían postrados en sus coches.
Yo comí poco, ya intuía que yo iba a ser el siguiente.

Cuando llegamos al hotel yo ya tenía 38 grados así que me metí en la cama a recuperar. Mañana nos esperaba un duro día cruzando el Sarhro y había que estar al cien.

Recibí la visita de toda la manada por lo que me levanté y me fui con ellos a verles cenar. En Marruecos el cuerpo no funciona como en España. Aquí, con fiebre, el organismo sabe que tiene que seguir y no sé que mecanismos se ponen en marcha que te hacen tirar para adelante. En España en las mismas condiciones estarías en cama sin poder moverte envuelto en aspirinas y con un termómetro en la boca.

30 de abril

Me levanté sin fiebre, teníamos que ir a reparar algunos coches por lo que nada más desayunar buscamos un taller y ahí se pusieron con el de Topo, el del Sanchi y el mío.
El del Sanchi, que estaba con los amortiguadores reventados llegó a tener en algún momento, hasta cuatro mecánicos debajo de él. El mío tenía otro par de maestrillos apretando tornillos y sellándome los conductos de inflado de los amortiguadores y al del Topo se le tuvieron que llevar una rueda al pueblo a reparar. Mientras, el Monstruo, se acomodó en una desvencijada mesa al calor y olor de los retretes y se metió en faena a reparar el GPS del Topo hasta que una de las patas cedió y todos los flejes, flejillos, forflullos y tafiletes salieron desperdigados por el suelo.

Un par de horas nos llevaron las reparaciones y teníamos por delante una de las etapas más largas y duras de nuestro viaje.

Por fin nos adentramos en el duro Jbel Sarhro, intentamos parar poco para ir recuperando tiempo perdido –una constante en todo nuestro viaje a partir de ahora-. A las dos o tres horas llegamos a una haima, donde comimos. Estaba lloviendo. Seguimos camino y llegamos a Nekob y desde aquí, por carretera alcanzamos Agdz, desde donde enlazariamos con otra pista que nos llevaría a la carretera de Foum Zguid. Sobre las siete llegamos al asfalto e iniciamos después de un descanso los últimos cien kilómetros que nos dejarían en las puertas del desierto.



En Allogoum a diez o quince kilómetros del desierto, se nos acabó la etapa. Las últimas lluvias habían desbordado el río y éste había destruido la carretera y derribado un puente. Las aguas anegaban todo y una gran corriente nos cortaba el paso.

Buscamos más opciones preguntando a los lugareños y consultando nuestros mapas. No había ninguna, teníamos que desandar ciento cincuenta kilómetros hasta Agdz y de ahí otros ochenta a Zagora.


Era tarde y estábamos agotados. Al día siguiente buscaríamos alternativas para recuperar el día perdido.

A las once llegamos a Agdz y mientras repostábamos localizamos por teléfono a nuestro regordete amigo Mohamed, el mecánico nocturno de Zagora. Quedamos que nos esperaría a que llegásemos para dejarle nuestros coches, que ya dejaban notar el sufrimiento del Jbel Sarhro.

A las doce o doce y media llegamos. Mi coche lo llevaba Esparteros y yo todo el viaje vomitando por la ventanilla, sin parar para no retrasar al grupo, que ya estábamos muy cansados.


Ahí estaba Mohamed. Le dejamos los coches de Torrente, –transmisión tocada- El de Topo, –transmisión y rodamiento tocados- El mío, –amortiguador y defensa en precario- y el de Sanchi, –el eterno problema de sus amortiguadores-. Mohamed nos buscó un hotel de un conocido. Sacamos algo de comida, cenamos y rendidos nos fuimos a descansar.

1 de mayo

A las cinco me levanté y me acerqué al taller. Ahí estaba Mohamed, totalmente derrengado encima de un coche, medio dormido y apretando tuercas, comentó que esperaba tener todo solucionado para las ocho, por lo que me volvía a dormir un rato si el imán cantor de Zagora me dejaba.

Nos levantamos temprano, yo por segunda vez. Teníamos que pensar como arreglar el desajuste del día anterior. Fuimos al taller a ver como iban las reparaciones, todavía había algún coche a medias por lo que nos acercamos a la tienda de su primo hacer rato. Mi amigo Omar me localiza y viene a saludarme muy contento, amigo, amigo, tengo tu Mitsubishi. Me tenía preparado el coche en miniatura que le encargué en mi viaje anterior. Se lo compré sin regatearle mucho, el chaval se lo había currado y llevaba tres meses apoyado en una farola esperándome con mi coche.

Camino de la tienda tuvimos que atravesar una manifestación a favor del pueblo Palestino. Ya en ella, hicimos algunas compras. Esparteros se compró una puerta que tuvimos que meter como pudimos en el coche. El muchacho se le antojó una puerta, no le valía una cruz del sur o unos tambores, quería una puerta.

Omar nos acompañó una vez recogidos los coches al inicio de una pista que por la vertiente norte del Iriki nos llevaría a Foum Zguid sorteando el desbordamiento del día anterior, o eso esperábamos. La pista era inédita para nosotros transcurría por una hamada y solo disponíamos de la coordenada de Foum Zguid, por lo que deberíamos de ir a rumbo los doscientos kilómetros que nos separaban de nuestro destino.



Treinta kilómetros antes de llegar paramos a comer mientras el Topo que seguía con problemas en el coche y Monstruo que se había tragado una gran piedra que le había doblado la barra de la dirección, se adelantaron a buscar un taller y así no perder más tiempo.

Seguíamos con un día de retraso que no encontrábamos forma de recuperar y estas dos averías nos complicaban más aún la situación.

Después de comer nos pusimos en marcha. Tuvimos que vadear el río desbordado, ya con mucha menos corriente que el día anterior.

Cuando llegamos al pueblo, nos dieron las últimas noticias, el Topo iba sin frenos y con un rodamiento sin reparación posible. Lo del Monstruo era menos grave, mal, pero podría seguir.
Se acercaba la noche y nos teníamos que replantear el viaje.

Para no quedarnos todos en un pueblucho de mala muerte que no nos iba a solucionar nada, decidimos quedarnos Esparteros y yo con el Topo, para darle cobertura y tener un coche de apoyo y los demás que siguiesen camino del desierto.

No sabíamos si íbamos a conseguir el rodamiento, por lo que decidimos repartirnos los billetes del Ferry por si teníamos que volver para España separados. Nos dimos unas consignas para un posible encuentro en etapas posteriores y nos despedimos.

Me fui a llenar los Jerrican de gasoil, pues si conseguíamos arreglar el coche, la gasolinera ya estaría cerrada y nos quedaríamos bloqueados hasta el día siguiente. Mientras, buscábamos soluciones a nuestro futuro inmediato.

El plan UNO era esperar a un coche que llegaría más tarde con “piezas de automóvil”. No sabíamos si las “piezas de automóvil” eran volantes, tapicerías, ambientadores o matrículas, con un poco de suerte, rodamientos.

El plan DOS era esperar al día siguiente e ir a Ouarzazate a doscientos kilómetros a buscar un rodamiento o incluso salir esa misma noche hacia allí, para ganar unas horas.




El plan TRES, mientras esperábamos al coche con “piezas de automóvil” el mecánico seguía improvisando soluciones. Con una lata de Coca Cola estaba preparando un “ajuste” al rodamiento roto. “Bueno, esto bueno, no problema, bueno”. Decía el tío capullo. El Topo, escandalizado, le mandó a hacer gárgaras.

De pronto, al apañador le viene una iluminación, se levanta y me dice que le lleve a no se donde. Nos metemos en el coche él y yo, y me lleva a cinco kilómetros, a una aldea de mala muerte. Me hace señas de que le espere y se pierde en la oscuridad.

Era una calle con casas a los lados y sin alumbrado alguno. En la oscuridad, donde me había abandonado el capullazo éste, veía los brillos de los ojos de mucha gente mirándome. En grupos, se reunían a charlar en las puertas de sus casas. Me sentía solo, por lo que en un acto de osadía, más por el pánico que por otra cosa, salí del coche a echar una meadita. Así, marqué mi territorio y eso me dio seguridad. A la media hora apareció. ¡Arrea! Se había agenciado un rodamiento que ha sacado de una chabola. Volvimos y ya teníamos otra cara.

En media hora teníamos nuestro coche reparado. Yo no había dado un duro porque seguiríamos camino, pero es verdad, en Marruecos todo es posible. Habíamos tenido suerte

Nos habíamos dado una coordenada de acampada con los demás, así que felices, nos pusimos en marcha. El viaje no se había terminado para nosotros.

Vaciamos un Jerrican en el depósito del Topo y nos metimos en el desierto. Tomamos una malísima pista que nos obligaba a ir atravesando varios oued. Llegamos en una hora a la pista de Argelia, la tomamos y nos adentramos en zonas de arena. Había llovido mucho y la arena se hizo barro.



Conseguimos sobre las once contactar a través de nuestras emisoras con el grupo y nuestros GPS nos daban catorce kilómetros para agruparnos. Les dimos nuestra posición y enfocaron los Jumbos hacia nosotros para guiarnos. Tuvimos que seguir un buen rato en una oscuridad total, haciendo a veces tramos con nuestras luces apagadas para tratar de verlos. Por fin vimos dos puntitos en el horizonte. Los teníamos a 10 o 12 kilómetros.


Seguimos a ciegas, guiándonos en línea recta, hasta que una trampa de barro me cazó.
Con ayuda del cabestrante y la unión de varias eslingas el Topo me sacó. Habíamos perdido media hora pero ya estábamos casi en el campamento.

Cuando llegamos nos estaban esperando para cenar. Era muy tarde pero estábamos otra vez juntos. Por lo que tocó celebrarlo.

La noche fue muy larga. Bromas, cachondeo y orujo hasta el amanecer, pero sin recuperar un solo minuto del tiempo perdido. Estábamos durmiendo exactamente donde teníamos que haberlo hecho el día anterior. Desolador, pero hoy lo intentaríamos otra vez.

2 de mayo

Madrugamos, bueno los que durmieron. Desmontamos las tiendas a todos para obligarles a salir de ellas. Nos teníamos que poner cuanto antes en marcha. Hoy teníamos que avanzar dos días, o cuanto menos, día y medio. No nos dábamos por vencidos, queríamos cumplir el pan de ruta marcado en España.

¡Lo teníamos crudo! Carreteras cortadas por las inundaciones, el desierto totalmente embarrado y averías para regalar, pero en ellos estábamos.

No podíamos meternos en el río de arena, sería una trampa que ya no podríamos solventar. Seguimos por pista hasta el oasis, donde comimos y rápidamente nos pusimos en marcha.

Al poco, otra vez la mitad de los coches atascados en otro barrizal y para colmo ahora el coche del Topo había perdido la tracción delantera. Salíamos de un contratiempo y entrábamos en otro.

Si seguíamos por ahí iban a recoger nuestras calaveras y mandarlas por Nacex a nuestras familias. Decidimos buscar otro paso hacia el noreste sin tener muy claro por donde hacerlo, pues el barro amenazaba por todo el desierto.
Poco a poco fuimos ganando kilómetros al desierto y a las ocho conseguimos salir de él. ¡Estábamos en la carretera! Eso si, reparando un pinchazo.

De frente, la pista que teníamos que tomar para seguir el plan previsto. A la izquierda, la carretera que en setenta kilómetros nos volvería a dejar en Zagora. De frente la aventura, a la izquierda, Mohamed, su taller y el descanso en un hotel.

Cambiamos impresiones y todos queremos continuar, a eso habíamos venido a Marruecos. Pero una voz sensata nos pone en situación. El coche del Monstruo no está en condiciones de seguir y el de Topo tampoco. Nos jugamos quedarnos en mitad del desierto con algún coche reventado. El Toyota del Monstruo debe pesar dos mil quinientos kilos y el desierto está totalmente anegado. El sentido común nos hace renunciar. Otra vez será.

Derrotados, por lo menos yo, más moral que físicamente por no haber cumplido el objetivo, nos ponemos camino de Zagora, la ciudad que no debíamos haber visitado y en la que caímos dos veces. De camino partí un amortiguador, ¡otra avería al haber!

Llegamos a Zagora y la misma canción, al taller de Mohamed. Después al hotel y los más enteros a la calle a charlar. Los demás a dormir.

3 de mayo

Yo no tengo muchas ganas de dormir, a pesar del cansancio acumulado, ya las cuatro estoy asomado a la ventana. Veo pasar a Mohamed calle arriba y calle abajo con su vieja Mobilette. Está buscando piezas por casa de todos sus primos y amigos para repararnos los coches.
Me acerco temprano al taller. Todos los coches excepto el de Juanma están listos. El Monterey hasta las nueve no estaría. Me vuelvo al hotel y poco a poco nos vamos juntando a desayunar. Nos comunican que el coche de Juanma se va a alargar hasta media mañana. Para no quedarnos todos esperando y puesto que ya no tenemos pista, convenimos salir todos y que se quede el Monstruo a esperar a Juanma, quedando en reunirnos en Rissani, en la casa Tuareg.



De camino llamé a Mohamed para decirle que nos preparasen unas empanadas marroquíes y que como este año, debido a las lluvias, el lago seco de Erg Chebbí tenía agua, nos gustaría visitarlo.

Llegamos sobre las dos y ahí estaba Hammary, esta vez con chilaba… ¡y sus zapatones italianos! Hammary sabía lo que se hacía. Con esos horripilantes zapatos, grandes como los de un payaso, el tío no se hundía en la arena.

Después volvimos a la casa Tuareg. Hammary me iba contando su vida en Italia. Se había casado de conveniencia con una amiga italiana, que lo hizo para hacerle un favor y así poder conseguir la nacionalidad. Juntos habían puesto un negocio. Le pregunté que si de venta de zapatos. Después de conseguir la nacionalidad se separarían.

Ya a las cuatro llegaron y nos fuimos a comer mientras nuestros cicerones nos tocaban los tambores. Estuvimos un rato charlando con nosotros, hicieron unos infructuosos intentos de venta y nos pusimos en marcha.

Llegamos muy tarde al Pelos. Ya tenían cerrado el restaurante por lo que nos tocó sacar nuestras existencias, mientras cenamos, nos fueron haciendo nuevamente la cama a los que previa inspección habíamos detectados pelos en nuestras camas.

4 de mayo

Estuvimos desayunando en el jardín del hotel y nos pusimos en marcha hacia Nador. A las cuatro llegamos a la frontera. Dos horas nos tuvieron retenidos. Después ya en Málaga nos fuimos al restaurante de otras veces y allí comimos y nos fotografiamos.

Antes de embarcar montamos en medio de la calle principal de Melilla una mesa de picnic y el Sanchi estuvo cortando jamón para hacernos los bocatas, ante la atenta mirada de los Melillenses.

Embarcamos a las diez y media y después de cenar nos fuimos a cubierta, a la piscina del barco a hacer un rato el cabestro ayudados por el alcohol.

Otro viaje menos.

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