“Prisa
mata”. Con esta pequeña frase nos despachan cariñosamente en el Magreb
cuando sorprendidos nos ven deambular por África con nuestro ritmo
europeo, el reloj en la boca, sin tiempo sobrante y menos aún para
regalar, tratando de apurarles a ellos su pausado ritmo de vida.
“Prisa mata”.
El Dakar, la carrera más dura del mundo ya se ha llevado medio centenar de vidas, algunas de ellas muertes buscadas, nada que decir, como dijo Marc Coma “La carrera es así”, pero hay otras muertes, esa muerte que nadie fue a buscar, estaba allí y se la encontró.
Son esas víctimas mortales a las que los medios de comunicación solo dedican unas escuetas líneas, -incluso uno de esos medios ironizó de forma desafortunada llamándolas “daños colaterales”- son los habitantes de las pequeñas aldeas y de los campos por los que pasan esas máquinas patrocinadas por grandes marcas absortas en su escandalosa publicidad, a gran velocidad, muchas de ellas sin reducirla al paso por las poblaciones, vale la pena no hacerlo y arriesgarse a ser penalizado con unos miserables y competitivos puntos pero no perder esos “preciosos” segundos que algún niño si necesitó para salvar su vida, esa vida de humano de segunda.
Esas máquinas que a su paso dejaron poco o nada y arrasaron mucho.
Rally de la vergüenza", "Rally del desprecio", han llamado a esta carrera en la que los daños colaterales, son solo eso, algún nativo que estaba donde no debía de estar, donde un piloto pasó sin reducir la velocidad para no perder esos segundos, que uno necesitaba para ganar una etapa y otro para salvar su vida.
Un rally en el que en la entrevista del fin de cada etapa los pilotos comentan a unas cámaras designadas por la organización para enseñar solo lo que se puede enseñar, que ha sido un día durísimo al límite de la extenuación.
¿Cómo de duro?
¿Tan duro como el del pastor que pasará días reagrupando su rebaño dispersado en kilómetros por el terror al oír rugir esos motores sobrados de billetes y caballos y faltos de respeto por el que no le va nada en este juego? ¿O tan duro como la madre que enterró a su hijo por ponerse delante de un Mitsubishi que nunca debía haber pasado por allí a esa velocidad? ¿Cómo de duro le fue el día?
¿Y si planteáramos esta carrera al revés?
¿Si como ironizó el investigador argentino Andrés Dimitriu que se preguntaba que pasaría con un Rally “Ceuta-Estocolmo”, con africanos o sudamericanos manejando como idiotas sus máquinas, pasando por España, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Dinamarca, pisoteando el fondo de sus granjas o cruzando por sus aldeas"?
¿Y si los africanos una vez al año cruzasen España y se llevaran a su paso año tras año la vida de alguno de nuestros hijos que lo único que hacía era jugar en alguna cuneta de su pueblo? ¿Cuanto tardarían en prohibir esa carrera de locos africanos que vienen a nuestro país a cruzarlo cuanto más rápido mejor?
Cuanto menos, en Europa los medios de comunicación nos tendrían al tanto del paso de esa necia carrera, pero allí en África, (ahora América) donde no llega la información, y se encuentran sin más, con uno de estos monstruos, al amanecer, a toda velocidad, cruzando su aldea, peinando su jaima y envolviéndola en polvo ¿Qué pueden sentir por nosotros a quienes no les llegan –los más-, los dólares de esta carrera sin sentido ni pudor?
Una prueba que nació como aventura y terminó como negocio. Donde el compañerismo y el espíritu de ayuda murió hace mucho enterrado en dólares y exigencias de las multinacionales que solo ven en África su circuito de pruebas. Donde un gran piloto dijo: A mi me pagan por correr, por ganar. No soy un aventurero, soy un empleado, corro, gano, cobro y vuelvo con mi familia cuando termino mi trabajo.
“Prisa mata”.
El Dakar, la carrera más dura del mundo ya se ha llevado medio centenar de vidas, algunas de ellas muertes buscadas, nada que decir, como dijo Marc Coma “La carrera es así”, pero hay otras muertes, esa muerte que nadie fue a buscar, estaba allí y se la encontró.
Son esas víctimas mortales a las que los medios de comunicación solo dedican unas escuetas líneas, -incluso uno de esos medios ironizó de forma desafortunada llamándolas “daños colaterales”- son los habitantes de las pequeñas aldeas y de los campos por los que pasan esas máquinas patrocinadas por grandes marcas absortas en su escandalosa publicidad, a gran velocidad, muchas de ellas sin reducirla al paso por las poblaciones, vale la pena no hacerlo y arriesgarse a ser penalizado con unos miserables y competitivos puntos pero no perder esos “preciosos” segundos que algún niño si necesitó para salvar su vida, esa vida de humano de segunda.
Esas máquinas que a su paso dejaron poco o nada y arrasaron mucho.
Rally de la vergüenza", "Rally del desprecio", han llamado a esta carrera en la que los daños colaterales, son solo eso, algún nativo que estaba donde no debía de estar, donde un piloto pasó sin reducir la velocidad para no perder esos segundos, que uno necesitaba para ganar una etapa y otro para salvar su vida.
Un rally en el que en la entrevista del fin de cada etapa los pilotos comentan a unas cámaras designadas por la organización para enseñar solo lo que se puede enseñar, que ha sido un día durísimo al límite de la extenuación.
¿Cómo de duro?
¿Tan duro como el del pastor que pasará días reagrupando su rebaño dispersado en kilómetros por el terror al oír rugir esos motores sobrados de billetes y caballos y faltos de respeto por el que no le va nada en este juego? ¿O tan duro como la madre que enterró a su hijo por ponerse delante de un Mitsubishi que nunca debía haber pasado por allí a esa velocidad? ¿Cómo de duro le fue el día?
¿Y si planteáramos esta carrera al revés?
¿Si como ironizó el investigador argentino Andrés Dimitriu que se preguntaba que pasaría con un Rally “Ceuta-Estocolmo”, con africanos o sudamericanos manejando como idiotas sus máquinas, pasando por España, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Dinamarca, pisoteando el fondo de sus granjas o cruzando por sus aldeas"?
¿Y si los africanos una vez al año cruzasen España y se llevaran a su paso año tras año la vida de alguno de nuestros hijos que lo único que hacía era jugar en alguna cuneta de su pueblo? ¿Cuanto tardarían en prohibir esa carrera de locos africanos que vienen a nuestro país a cruzarlo cuanto más rápido mejor?
Cuanto menos, en Europa los medios de comunicación nos tendrían al tanto del paso de esa necia carrera, pero allí en África, (ahora América) donde no llega la información, y se encuentran sin más, con uno de estos monstruos, al amanecer, a toda velocidad, cruzando su aldea, peinando su jaima y envolviéndola en polvo ¿Qué pueden sentir por nosotros a quienes no les llegan –los más-, los dólares de esta carrera sin sentido ni pudor?
Una prueba que nació como aventura y terminó como negocio. Donde el compañerismo y el espíritu de ayuda murió hace mucho enterrado en dólares y exigencias de las multinacionales que solo ven en África su circuito de pruebas. Donde un gran piloto dijo: A mi me pagan por correr, por ganar. No soy un aventurero, soy un empleado, corro, gano, cobro y vuelvo con mi familia cuando termino mi trabajo.
¿...Y a su paso que quedó?....¡Nada!
El Dakar y su espíritu murió hace mucho. Ese carrera parida por unos románticos amantes de las pruebas donde prevalecía el compañerismo y la supervivencia quedó ya muy atrás. En este Rally solo queda llegar cuanto antes y para ello, cuanto más rápido pases, mejor. Aunque pases por encima de un compañero o de alguien que simplemente, sobrevive allí.
No hay que mirar atrás ni a quien a tus espaldas quedó, el colofón es Dakar, está al frente, es lo único que cuenta, lo demás, no importa.
Aunque la prisa, mate.
Afortunadamente aún queda un Dakar. Pero este se corre atrás. Los auténticos Dakarianos que no se llevarán un trofeo pero sí podrán decir: Que han hecho el Dakar.
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