Cuando
 comencé a ir a Merzouga era un
pueblecito, sin carreteras, sin gasolinera con cuatro modestos 
alojamientos. Estos no disponían ni siquiera de
electricidad. Allí íbamos cuatro todoterrenos y cuatro porretas a mirar 
estrellas, escuchar tambores y beber té, en el mejor de los casos, una 
coca cola caliente.
Dos décadas más tarde Merzouga ha dejado de
ser el paraíso de unos pocos chalados que allí encontraban la evasión del día a día y quemaban adrenalina solo con llegar. 
Ahora todo ha cambiado, varias gasolineras, dos carreteras para trasladar por ellas
decenas de autocares repletos de turistas arrastrando maletas con ruedines han
hecho su efecto llamada y el Erg Chebbí se ha desbordado de hoteles, y las dunas
de “haimas de lujo”. 
Todo tiene su fin y en el Erg Chebbí el Wali de Er-Rachidia
ha decidido poner coto a todo ese sin sentido que poco a  poco ha ido infectando el arenal.
Ya
 se han desmontando todos los
campamentos, legales e ilegales, que se han instalado en un continuo y 
abusivo goteo en el Erg y que a reclamo del nuevo turismo llegado allí, 
ya contaban con las mismas instalaciones que un buen hotel. ¡Hasta los
cuartos de baño los alicatan y las haimas tienen su interruptor para 
dar luz y wifi!
Tal desmesura lo que ha conseguido es contaminar el lugar y perjudicar el
acuífero que a tan solo cuatro metros tiene sus aguas bajo la arena yerma.
Es verdad que el turismo convencional ha sido
la causa principal de tal situación, o quizás el remate, pero los Cuattreros también llevamos
nuestra parte, exigiendo poco a poco que los alojamientos tengan electricidad, aire
acondicionado, cerveza fría, wifi y agua caliente y si no, no era un buen
alojamiento.
En cuanto al Erg, una cosa es atravesarlo
en rutas de transición  y otra echar días en él, surfeando y bajando de rato en rato a
bañarnos a las piscinas de los hoteles convirtiéndolo en un parque temático
con quads, esquí, buggis y los TTs de un lado para otro en un circuito sin sentido.
 Nosotros no estamos exentos de culpa. Somos
los primeros que hemos cedido a la comodidad, en detrimento de lo que hace unas décadas era aventura.
