Extracto de la entrevista realizada por VÍCTOR-M. AMELA a MOUSSA AG ASSARID,
No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles...!
-¿A qué se dedican?
- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
-A
los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te
enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la
vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por
el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
- Saber eso es valioso, sin duda...
- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
-
Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso.
¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar
juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
-
Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se
corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...- También vi
carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la
mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de
mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.
- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
-
¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando
veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un
dolor tan inmenso... A principios de los 90 hubo una gran sequía,
murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y
mi madre murió.... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me
enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
- ¿Qué pasó con su familia?
-
Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo
caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para
dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa...
Entendí: mi madre estaba ayudándome...
- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
-
De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally
París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo
recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El
Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo... Y así
fue como logré una beca para estudiar en Francia.
- ¡Un tuareg en la universidad. ..!
-
Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de
leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí
las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es
distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
-
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la
vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de
poseer, frenesí, prisa.... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por
qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
-
Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el
frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al
campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo,
amarillo, verde... - Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda
y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma
nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot
del hervor...
Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
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