Fuimos de Llanes a Gijón a recuperar 150 pavos que me debía Leroy Merlin y no les sale en su burocracia de los tachundas el hacer transferencias.
Nos supuso ir y volver, 200 km. Casualmente ese día era la fiesta local de Gijón, así, que tras romántica visita a su polígono industrial, vuelta por donde hemos venido.
A los dos días volvimos a intentarlo, eran 150 euros muy deseados porque llevaba en conferencias, faxes, correos, esperas interminables con musiquita de fondo esperando que alguien te coja el teléfono tanto tiempo que para mi ya esos 150 euros era como cancelar la hipoteca de tu casa, un deseo que ves siempre lejos hasta que por fin, increíblemente y tras muchos esfuerzos, un día llega.
Ésta vez lo conseguí. Por cierto, aparte burocracias burocráticas, que gente más simpática los asturianos. Todos ellos. La chiquita que me atendió casi me planta dos besos al vernos, bueno, habíamos hablado tantas veces durante la persecución de mis 150 euros que ya éramos amigos.
Por fin los recuperé….. ¡Chelo, los he conseguido! ¿Oye niña, porqué ya que nos hemos metido 400 km. para recuperar mis ansiados billetes no lo celebramos en aquel pueblecito tan mono de pescadores que íbamos de jóvenes? ¿Te acuerdas? ¿Donde estaban esas pequeñas tasquitas bastante cochambrosas donde los pescadores llevaban en sus cubos de fregar el suelo los mariscos y pescados, te enseñaban el cubo y elegíamos el bicho?
¿Tazones, recuerdas? Se comía muy bien y barato. Era un pueblín.
…Para allá que nos vamos.
Ahí seguía el pueblecito, igual que cuando hace 30 años lo vimos por primera vez. Ahí estaban sus tasquitas con sus bancos de madera ya muchas corroídas y decenas de capas de pintura sobre ellas. A la puerta, ahí estaban, los mismos cubos de fregar el suelo con su centollito, su bogavante, sus bichitos esperando que alguien no se fijara en ellos. Las mismas tasquitas, gran parte de ellas cerradas, estamos en temporada baja. Nacional y temporal.
Mira, entremos en este, es de los más cutrecillos –bueno, realmente son todos iguales, pero ese tenía el cartelillo más medio caído que los demás y los banquitos parecían más desvencijados y vetustos que los del vecino-, pero ese es nuestro espíritu, chandalero, gañán y cutre, por lo que es donde mejor nos encontramos.
Nos sentamos en una mesita, al fondo. Recortes de periódicos en las paredes,algún trozo de yeso a punto de caer. Junto a nosotros una vieja congeladora de helados Frigo que ahora servía de repisa a viejas revistas y a algún amarillento periódico. Solo había otra mesa ocupada, donde una mujer entrada en edad y carnes no se callaba ni a ruego ni a súplica. Toda la comida nos sirvió, mientras rellenaba el gaznate de botellas y botellas de sidra, para conocer, sus ires y venires en la vida, sus herencias peleadas y su historia odontológica que contaba a sus dos adormilados, ya anestesiados, acompañantes, y ya, subsidiariamente, a nosotros.
Pedimos un centollo, ¡es un día especial, he recuperado mis 150 euros! Y de segundo un rodaballo, ración de dos. Para beber, sigo siendo un cutre, vino tinto, de la casa por favor, ¿para que más? no distingo entre un Castillo de Gredos y un reserva.
Antes, una cervecita y un vinito de rueda para la señora por favor, de aperitivo, una bolsa de patatas fritas, posiblemente Matutano. Y de entrada, para recibir al centollo, una ración de gambones.
De postre paso, que luego hay que bajarlo haciendo kilómetros en la bici.
¡Venga mesonera! esa cuenta, que nos vamos que ya no aguanto más a la vecina que a estas alturas estaba macizada de sidra hasta la epiglotis y seguia dando a la lengua para su gusto y nuestro disgusto.
Ahí viene la cuentina.
Papelajo pegajoso, garabatos indescriptibles, pero algo bastante legible abajo…
….El pueblecito seguía siendo el mismo, el barecillo también, así como su limpieza con la misma telaraña de cuando lo visité hace 30 años, el suelo…un poco más elevado, normal, la mierda al final crea capa. El techo, éste algo más bajo, la carcoma avanzaba y las vigas cerchean ya.
El cubo de los bichos el mismo, el de fregar el suelo, verde y con asa metálica con sus decoraciones en óxido. La cocinera la misma, ya con bigote y ahora ya empaquetada, diriase encajonada, en el mismo pantalón de tergal negro zaino que cuando la conocí moza, pero hoy tocaba constipado, y cada vez que se acercaba a mi me tenía que limpiar con la servilleta de papel mi sufrida nuca. ¡Bah! No me importa, me encanta la cutrez…. soy así, me mola cutre, chandalero y casposo por demás gañán. Nada como un buen centollo regado con una buena mocarra.
Eso si, la comida la que recordaba, el centollo de quitar el hipo, el rodaballo, mejor, los gambones, esos flojitos. Pero la cuenta, ¡Ay la cuenta! Ésta si que me quitó el hipo.
122 euros.
¿Como anécdota? la comida más cara que he pagado nunca en mi existir no breve ya.
122 euribor, con la que está cayendo en España, este aislado pueblín de la costa asturiana no se ha enterado.
Y yo ahí, con mi nuca llena de mocos, con la vecina de mesa reventándome el seso, con un bicho trotando en mi barriga, con cara de gilipollas y, sin mis 150 euros.
Los chupitos invitación de la casa. Gracias.
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