Quien viaja a África cambia el ritmo de los minutos, ralentiza su reloj, el sol marca tus tiempos y el día camina despacio.
África te enseña a repartir sin interés, aceptar con modestia, a colaborar aunque estés roto, a contar hasta diez cuando la tensión destempla, a medir tus actos, a disfrutar de la humildad, te enseña a contenerte de quien no sobrellevas, empujar juntos, compartir lo que te queda, aceptar lo que te cuesta, sacar tu última fuerza.
África cambia tu percepción sobre lo que vale la pena y lo que no, lo que aquí desprecias en África proteges, a quien aquí ignoras en África respetas, con quien aquí odias en África haces equipo.
África nunca quita, África siempre entrega, África te enseña a ser mejor gente, algo que allí, en la frialdad de la ciudad ya poco usamos. Cualquier charla en un rincón es una lección de viejas historias, una lección de vida, de supervivencia, de tradiciones, de respeto a los mayores, de valores recios, de los de antes, de los que te llevas en piel para tus siguientes.
En África son maestros del no tener y buscar que darte. Encontrarás cobijo aunque ellos queden fuera, no tienen falta de tiempo si tú lo necesitas.
África, escuela de hospitalidad. Escuela de humildad. Escuela de viejos valores que hace mucho aquí ya hemos olvidado.
Suerte tenemos los que allí a recobrar regresamos.
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