-NO TE PREGUNTES SI ERES FELIZ, PREGÚNTATE SI HACES FELICES A QUIENES TE RODEAN.

domingo, 12 de abril de 2009

6ª Caravana al López Ibor (maroc)


6ª Expedición a Marruecos.- La caravana del López Ibor

23 febrero

Salimos hacia la gasolinera de Aranjuez donde a las 8 nos agruparíamos para salir.

Habíamos quedado a la una con mi compi, Esparteros, en Santa Fé, un pueblo junto a Granada. Puntuales nos encontramos con él. Llevaba un Stratus que pensaba dejar apoyado toda la semana en la tapia de algún cuartel de la Guardia Civil.

Láchar, un pueblo que había poco más adelante, tenía Cuartel, así que nos dirigimos a él.
Llegamos, plantamos el coche y avisamos al Cabo de guardia, que nos tomó los datos y nos dijo que no había problema. Seguimos camino.

Paramos a comer en un restaurante de carretera, donde dos Alemanas, madre e hija, distraían a mi amigo y compañero Esparteros. Allí mismo preparamos la primera tanda del fondo, para los primeros gastos y pagar en la agencia.

Llegamos a Algeciras y buscamos nuestra agencia, Indotour, Gregorio y su hermano Emilio nos estaban esperando, nos facilitaron los papeles y nos acompañaron a embarcar en el Ferry de las nueve, el último del día. Embarcamos y puntuales salimos rumbo a África. Durante el trayecto y después de deambular y curiosear un rato por el barco.

Sobre las once, llegamos, cambiamos nuestros relojes a las diez, habíamos ganado una hora que ya se encargaría la policía fronteriza de hacernos perder.

Nos tuvieron dos horas pidiéndonos papeles, leyéndolos al revés, mirándolos por delante, por detrás, se los llevaban, los traían, nos los devolvían y cuando los teníamos guardados, nos los volvían a pedir. ¡Estamos en África! No hay ninguna duda.

Entre papelito y papelito, pululaban por nuestros coches, pizpiretos moretes con unos batines de color azul que nos metían una mano por la ventanilla con la palma hacia arriba, la cabeza levemente inclinada hacia la derecha y una mueca de solicitud. “Dirham, messié, Dirham.” Eran los ayudantes de la policía de aduana. Cada uno se los ventilaba como podía, al Monstruo se le oía: “Venga Torpedo vete a dar la vara a otro lado”. Otros les mandaban al coche de los Sanchi, explicándoles que el Nene llevaba el fondo, que le dieran la murga a él. Yo les decía en mi Francés de andar por casa No tem y parece que funcionaba, me miraban, vizqueaban y se iban a otro coche.

A las doce conseguimos escapar. Salimos del Puerto y buscamos nuestro hotel en Tánger, “el Solazur”. Cuando llegamos, aparcamos en la puerta, un hombrecillo con chilaba marrón y garrota en ristre dirigía las operaciones de aparcamiento. Era el guardacoches. Mientras sacábamos nuestro equipaje, dos chavalillos con un barco de marquetería grandísimo sobre sus cabezas nos lo intentaban vender. ¿Dónde íbamos a meter ese trasto en nuestros cargados automóviles? Se lo tratábamos de explicar pero no atendían a razones. De repente nuestro guardacoches se lía a garrotazos con otros chavales que rondaban nuestros coches hasta que los puso en fuga. ¿Teatro para ganarse la propina? Supongo.

Entramos en el hotel y otra sorpresita. A las 12.30 de la madrugada sin cenar, nos ponen a hacer los deberes, en Marruecos es obligatorio cada vez que entras en un hotel, rellenar unos papelitos. Nombre, domicilio, destino, procedencia, profesión. Aquí los más avezados en estos viajes se entretenían poniendo en la profesión, piloto de caza, taxista, prostituta, torero, monja de clausura, da igual no lo leen.

Por fin conseguimos ir a cenar. Una cena fría que habían tenido la atención de ponernos, pues a esas horas el restaurante ya estaba cerrado. “Cortesía Marroquí”. Esto no tiene ironía, es verdad. De postre, naranjas. Esto si tiene ironía. Después de cenar, en los salones del hotel nos tomamos un té moruno y nos fuimos a dormir. A las 5 de la madrugada el Imán con sus cánticos desde el minarete, me despertó.

24 de febrero

Las 6.45. Diana.
Nos duchamos. Lo pongo, porque como posiblemente fuese la última vez que lo hiciese, quiero que quede manifiestamente publicado.
Bajamos a desayunar, un buffet – ¿cual será la traducción de esta cursi palabra al español?- estaba muy completito y por supuesto amenizado y decorado con naranjas.

Cogimos nuestros equipajes y al salir, socorro, allí estaban todos, a las 7.30 de la mañana, con sus manos repletas de colgantes, sortijas, camellitos, gorros de lana, y todas las pijaditas que tratan de encasquetar a los turistas. No nos podíamos desprender de ellos, se nos echaban encima.
Adquirimos algunas cosas mientras colocábamos nuestras emisoras y antenas, que antes de pasar la aduana tuvimos que esconder. En Marruecos está prohibida la entrada en el país de emisoras de radioaficionados. Motivos de seguridad nacional. Creo que llevamos la misma frecuencia que el ejército Marroquí.

Salimos de Tánger y paramos en una gasolinera a repostar y seguir nuestra marcha bajando por la costa hacia Casablanca, donde hicimos un alto para visitar la impresionante mezquita de Mohamed V, el abuelo del actual rey y realizada por su hijo Hassan II.
En las proximidades de Kenitra, paramos a almorzar. Llevábamos un jamón que ante la atónita mirada de los marroquíes empezamos a depilar.

Llegamos a Casablanca y aparcamos junto a la mezquita, en dos segundos teníamos media docena de guardacoches encima de nosotros, pactamos con ellos 5 Dh. ¡Por coche! nos decían ellos. ¡Una leche! contestamos nosotros. No recuerdo quien se llevó el gato al agua, pero imagino que ellos.
La mezquita se levantaba en la costa, Hassán la había mandado construir ganándole terreno al mar. Cuando levantaron el minarete no le pareció suficientemente suntuoso y lo mandó derribar para hacerlo más grandioso.
Paseamos un rato por los alrededores y proseguimos camino, nos quedaba mucho hasta Marrakech.
A las dos paramos a comer en la terraza de un baretillo de Settat. Creo que fue aquí, donde en una excursión anterior, el Carlitros atropelló a una persona que finalmente murió.
Negociamos con el dueño que nosotros poníamos nuestra comida y él ponía la bebida, allí es normal. Sacamos nuestros embutidos y por supuesto nuestro jamón. El Sanchi se había traído hasta el jamonero para cortarlo. El Sanchi piensa en todo, por traer se había traído hasta una radial.

Después de comer seguimos nuestro camino y ya para las siete llegamos a nuestro hotel en Marrakech. Gestionamos en recepción después de hacer los deberes, que viniesen a buscarnos unos taxis. Allí en Marruecos tienen los “petit taxis” que apilan a cuatro y los “gran taxis” que apilan a siete. Como estábamos en carretera y a los pequeños no les permiten salir, pedimos dos de los grandes.

Cenamos pronto, tajine o cous cous, no se, uno de los dos y de postre… ¡Hombre! aquí había dulces marroquíes ¡que buenos! Y por supuesto naranjas.
Después de cenar y de entoligarle una botella de Margot a uno de los de la recepción, que rápidamente se escondió entre los pantalones, -en Marruecos está penado con la cárcel para los nativos el consumo de alcohol- nos montamos en nuestros taxis camino de la famosísima plaza de Djemma el Fna.
Llegamos a la plaza, que estaba abarrotada. Encantadores de serpientes, sacamuelas, aguadores, cuentacuentos, boxeo entre niñas de 13 o 14 años y un montón de espectáculos en los que el público hacía numerosos corros.
Si te quedabas mirando alguno, a pagar. Más allá, los numerosos chiringuitos con su característico olor a grasa, carne de cordero y especias. Había decenas de ellos, todos en fila, formando calles entre unos y otros. Paseamos entre ellos y con caritas de no haber roto un plato agradecíamos y esquivábamos sus invitaciones para que nos acercásemos a tomar algo.
Nos acercamos a las tiendecitas que rodeaban el gran Zoco, que ya estaba cerrado y nos embebimos en el difícil arte del regateo. –técnica que trata de que el timo sea lo más leve posible.-

¿Cuánto vale esto? –Cara de desinterés absoluto-.
30 Dh, señor –Cara de “le estoy haciendo un regalo”-
¿¡¡30 Dh!!? Cara de “¿tú te has vuelto loco?”.
¿Cuánto pagar señor?
¡5 Dh! ¡Como mucho, donde vamos a parar!
¡¿5 Dh?! Gesto de que va a sacar una daga y me la va a hacer tragar. Ofendido total. Gesticulaciones varias. Movimientos descompasados de brazos. Palabras altisonantes. Alá me castigará sin paraíso.
…Se relaja. ¡Uff menos mal! ... 25 Dh señor.
¡6 Dh! ni uno más.
20Dh, ¡no 6!
Señor 18Dh. ¡he dicho 6!
15Dh señor, último precio.
¡Diez!, le tiendo la mano, pone cara de estafado, me mira, sonríe y me da la suya.
Hemos hecho trato. “Gracias amigo, tú amigo”.

En quince minutos de laborioso trabajo he adquirido algo que no me sirve absolutamente para nada.
Y no lo hagas de otra manera, quizás aquí, más resabiados que en el sur, si no regateas, extrañados te lo darán. Pero el buen marroquí, el Bereber, no admitirá que te lleves algo sin regatear e incluso te invitará a un té moruno durante la negociación que nunca debes despreciar. Y si prolongas la charla, incluso te invitará a su casa y te ofrecerá todo lo que tenga.

En Marruecos no hay prisas, no las demuestres, esto no es Europa. Charla con ellos, despacio, el reloj es malo.
“Prisa mata” “En Europa mucha prisa” “cuando llegan ¿Qué hacen?” “En Europa muchos corazones puff”, suelen decir golpeándose su pecho.
Después de nuestras compras nos fuimos a tomar una abominable cerveza y a las doce, nuestros taxis nos estaban esperando para devolvernos al hotel.

25 de febrero

Otra vez madrugón. Esquivando los mondongos gigantes que una manada de pavos reales dejaban por los jardines del hotel, llegamos al comedor. Otro suculento Buffet –maldita y cursi palabreja- y por si era de nuestro gusto… naranjas.
Recogimos nuestro equipaje y nos despedimos de nuestro amigo, un camarero que cada vez que nos veía nos decía “Hola, Coca Cola”…era todo su español.

Nos esperaba otra dura etapa por carretera hasta Foum Zguid, la auténtica puerta del desierto y no Ouarzazate, la que venden a los turistas.
Llegamos a media mañana al Tizin Tichka, en pleno corazón del Atlas, subimos el puerto y paramos a descansar y cotillear las tiendecitas de los vendedores de fósiles. Allí conocí a Hare, mote que me puso un morete y que ahora cada vez que nos vemos nos llamamos mutuamente así. Hola Hare. Que tal Hare.
Después de cerca de dos horas intentando escaparnos de ellos. Todos decían que les habíamos dado palabra de visitar su puestecillo. ¡Que morro! Te hipotecan con el honor.
Picamos algunos con compras y seguimos camino. Aquí nos metíamos en harina, comenzaban las duras pistas del Atlas.

Hicimos un alto para comer, unos niñitos nos miraban, primero tímidamente, de lejos, después, poco a poco, con pasitos imperceptibles se iban acercando.
Como aquel juego que hacíamos de pequeños “El escondite Inglés”. Cuando no mirábamos, se acercaban, si mirábamos, se paraban.
Les dimos algo de ropa, unas chucherías y seguimos hasta Ouarzazate, donde nos desviamos 20 kilómetros para conocer su Kashba, una de las más famosas de Marruecos.
Después deshicimos los 20 kilómetros y ya anochecido cogimos rumbo a Foum Zguid. Al llegar ya sobre las nueve, un control de policía nos paró, nos pidió los pasaportes, preguntó donde íbamos y nos dejó continuar.
Entramos en el desierto de la mano de nuestros GPS, recorrimos 30 o 40 kilómetros de una malísima y pedregosa pista buscando una zona para acampar.
Sobre las once la encontramos. Molidos montamos el campamento, nos hicimos la cena y caímos desplomados en nuestras colchonetas. Nuestra primera noche en el desierto.

26 de febrero

Las 7, música clásica en el desierto desde mi destartalado aparato de música.

Fuimos saliendo de nuestras tiendas, nos preparamos el desayuno, recogimos y salimos por una dudosa pista que enfilaba directamente a Argelia. Nos comunicamos por las emisoras que seguiríamos unos kilómetros y si no rectificaba rumbo, nos daríamos la vuelta.
Viendo que nos llevaba irremisiblemente a la dudosa e indefinida frontera entre Marruecos y Argelia, decidimos dar la vuelta. Cogimos otra pista rumbo Este y al cabo de unos kilómetros en un puesto militar, nos dio el alto un desaliñado soldado. Preguntó donde íbamos, nos gorroneó un cigarrillo y continuamos.

Un poco más adelante, optamos por abandonar la pista y guiándonos a rumbo penetramos de lleno en el desierto, dirigiéndonos a las zonas de dunas. Bajamos la presión de nuestros neumáticos y nos perdimos entre ellas. Había que ir esquivándolas y buscando pasos que el color de la arena es el que nos indicaba por donde debíamos ir sin atascarnos. Después de varios atrancos que necesitaron de eslingas y pala para desatascarnos, decidimos parar en un lugar rodeados de dunas y entretenernos en atacarlas a ver quien conseguía subirlas.

Estuvimos un par de horas jugando en las arenas y decidimos buscar el divertido río de arena que nos llevaría al Oasis.
Para salir de ese laberinto, fuimos siguiendo la estela que nuestros GPS nos habían dejado marcada en sus pantallas y cuando sorteamos las dunas, tomamos rumbo 60 y nos fuimos acercando al río de arena. Nos topamos con él, un cauce seco, con una blandísima arena que retiene los coches y que el más mínimo descuido te atascaría obligando a los demás a parar con el consiguiente peligro de quedarnos todos enganchados en la arena.
Seguimos por el río hasta que en un bote imprevisto, la pajarera del Topo, el catre que lleva sobre el techo de su automóvil, salió despedida. Buscando zonas de arena dura fuimos parando.
No tenía buen arreglo la cosa, así que decidimos sacar la radial del Sanchi y cortarla en varios pedazos para que pudiera entrar en el coche y más tarde cuando saliésemos del desierto, en algún taller se la pudiesen soldar. No pudo ser, nuestra baterías de energía no daban la potencia suficiente a la radial para girar, por lo que la tuvimos que trocearla y entre varios coches ir acoplándola.

Seguimos camino hasta el Oasis, allí comimos, bajo unas Haimas y viendo que la noche se nos echaba encima y nos iba a costar mucho navegar de noche por el desierto, intentamos negociar con el del oasis precio para dormir en él. No hubo acuerdo, por lo que decidimos atravesar el desierto y llegar a Zagora.
Subimos la presión de nuestros neumáticos que al entrar en las dunas habíamos quitado y ya casi anocheciendo nos pusimos en marcha.
A las diez de la noche conseguimos salir del desierto y una vez repostamos combustible en Tagounite, enhebramos por carretera hasta Zagora.
Llegamos a las once, buscamos hotel, nos dieron de cenar tajine y de postre naranjas y nos fuimos a desplomarnos en los catres.

27 de febrero

Por la mañana salí de la habitación y un morete regordete con un grasiento mono azul nos estaba esperando, era Mohamed, que había olisqueado que llegábamos y ahí nos estaba esperando para ofrecernos sus servicios y experiencia mecánica.
Quedamos en que después de desayunar le acercaríamos los coches.
Desayunamos buffet y nos fuimos al taller.
Mientras Mohamed y su prole de mecaniquillos nos limpiaban filtros, engrasaban rótulas y revisaban nuestros amortiguadores, nos fuimos a la tienda de su primo.
Rodeados de niños que nos trataban de vender de todo y que por supuesto consiguieron, entramos en la tienda del primo de Mohamed. Allí nos sentaron alrededor de una mesita, nos sirvieron un te moruno y como borreguitos que van al matadero, nos sacaron los cuartos.
Nos llenaron la mesa de baratijas y nos dispusimos a negociar.
Todo lento, muy lento. Tú mirar, da igual si no comprar, tú mirar.

Cuando nos endilgaron media tienda nos volvimos al taller, pagamos a Mohamed y ya para las 12 de la mañana nos dirigimos a vadear el Drá. Mal asunto, estaba seco. Lo cruzamos y por la ribera contraria seguimos pista hasta una zona sombreada donde decidimos para a jalar.
Unos niñitos nos miraban agazapados tras un árbol. Después de la manduca, les hicimos algunos regalos y seguimos pista.
Antes de meternos nuevamente en el desierto, el grupo, en un despiste se rompió. Estuvimos una hora buscándonos entre unos cerrados palmerales cortados continuamente por acequias que nos obligaban repetidamente a dar la vuelta y buscar otros pasos.
Nos subimos a un alto a cogernos con las emisoras y cuando pudimos conectar, nos dimos coordenadas y así conseguimos agruparnos y retomar la ruta juntos.
Una avería en una de las emisoras nos hizo perder otra hora. Estábamos abocados a entrar otra vez de noche en el desierto.
Cuando la reparamos y después de sacudirnos a las decenas de niños que nos rodeaban seguimos camino y ya de noche nos metimos a navegar por el desierto. Sobre las nueve o las diez, en las cercanías de Tissemoumine, localizamos un buen sitio para acampar.
Montamos el campamento, nos preparamos la cena y al calor de un fuego que los hermanos Sanchi, con leña que habían conseguido perdiéndose en el desierto con sus linternillas en la frente, nos hicieron unas castañas asadas que regadas con un orujo nos ventilamos en la estrellada noche. ¡Fuego en el desierto! ¡Que cosas!

28 de febrero

Recogimos y a seguir. Nos esperaba un duro día. Para “recuperar kilómetros” pusimos peso al acelerador, duró poco, primer pinchazo, el coche del Topo.
Después de buscar en lo más recóndito de su coche la tuerca antirrobo de las ruedas, el Nene, intentando abrir el candadito de la tapa de la rueda de repuesto, rompió la llave. Intentamos abrir el candado con unas tenazas y con una sierra de metal, tuvimos que desistir. Acabábamos antes si el Sanchi le pasaba su rueda.

Seguimos metidos en el mismo corazón del desierto y después de unas horas de navegación, alcanzamos la carretera que cogiendo rumbo 270 nos llevaría primero a Alnif y más tarde a Nekob, donde salía la durísima pista que cruzando el Atlas por el pedregoso e inhóspito Jbel Sarhró nos conduciría a Boumalne Dadés.

En Alnif paramos a reparar la rueda del Topo y a comer en un bar de carretera.
Después de descansar un rato y de desatascar al Lequio que en una maniobra con su Toyota se había encastrado en una alcantarilla, repostamos combustible y seguimos carretera hasta Nekob.
Entramos en la pista que nos introducía en el Atlas y a los pocos kilómetros, segundo pinchazo. Al coche de Sanchi, no le quedaba de la cubierta ni la muestra.

Abocados como ya es costumbre en nosotros a terminar las rutas de noche, seguimos camino. Los puntos de nuestros GPS nos marcaban el siguiente punto de alcance al lado nuestro. Eran espejismos. En línea recta estábamos en ellos, pero antes había que descender y volver ascender unas sierras que ya con el cansancio acumulado se nos hicieron interminables.
A las nueve, tercer pinchazo, éste le tocó al Monstruo.

Conseguimos alcanzar Boumalne Dadés sobre las once. Llegamos rotos, nos agenciamos un hotel, nos dieron de cenar tajine y naranjas y otra vez reventados, nos desplomamos en los catres.

1 de marzo

Fuimos a un taller después de desayunar a reparar todos los neumáticos que la jornada anterior habían tenido percance.
Después nos metimos en un tascurrio a tomarnos una especie de tortilla que es típica en Marruecos- una especie de revuelto- como nos gustó, repetimos y tripitimos.
Hicimos una foto al tigre, que asquerosidad de letrinas, no la habían limpiado desde que construyeron el bareto. La cadena era un pequeño y putrefacto cubo que solo cogerlo por el asa ya daban arcadas.

A media mañana iniciamos ruta por una pista ya asfaltada que trascurre paralela al Dadés. Una impresionante garganta. Tras un incesante zigzag fuimos ascendiendo. Paramos en alguna curva a ver las vistas y a hacer unas compras a unos moretes que no dejaban de perseguirnos con su viejo “127”.

Llegamos a Msemrir, aquí comenzaba la pista. Cogimos un desvío equivocado que nos metió en una durísima trialera. Cuando nos percatamos del error dimos media vuelta y entramos en un desfiladero. Nos quedaban 6 o 7 horas de dura ruta hasta llegar a las Gargantas del Todra siempre en reductora por lo roto del camino.

Comimos en el desfiladero, donde vimos pasar una numerosa expedición de portugueses. Después proseguimos, pues la situación parecía que iba a ser la de siempre, de noche conduciendo.
Descendimos el Atlas por una estrecha carretera que dejaba ver a nuestra derecha unos cortados de 200 metros. Era una inhóspita zona distinta a cualquier cosa que podamos tener en nuestra península.

Ya en plenas pistas, vimos quizás el mayor caso de pobreza de los muchos que habíamos percibido en el sur de Marruecos. En unas grietas de las rocas, protegidos con telas negras, vivía una familia. Los niños de 8 y 3 añitos les calculé, descalzos. Agua debían de tener la justa, la que la roca escupiese en algún escondido poro y alrededor, piedras. Supongo que tendrían algún borrego que les alimentase y poco más.

Llegamos al atardecer a Tamtattouchte, el pueblo de los “niños capullos”. Se entretienen en enviarte por dirección contraria, con lo que es mejor ignorarlos y seguir las indicaciones de nuestros GPS.
Aquí conocimos a Omar, un simpático morito que subí en la estribera de mi coche y que nos dirigió –éste si- correctamente hacia la salida del pueblo y nos indicó la pista que nos llevaba a las gargantas del Todra.
Omar, que le íbamos enseñando palabrotas en Español, se lo pasó de lo lindo practicándolas con la emisora.
Cuando nos sacó del pueblo, le hicimos unos regalos, le dimos las gracias y nos despedimos de él.
Llegamos de noche a las gargantas, impresionaba ver sus paredes verticales sobre nosotros. Debajo de ellas, se levantaban un par de albergues, donde en uno de ellos teníamos reservadas unas habitaciones.

Cenamos y charlamos con el encargado del albergue, Amún. Se te arriman con el fin de “hacer amistad”. Realmente lo que quieren es gorronearte todo el alcohol que lleves.
A las doce, cortan los grupos electrógenos y el agua caliente hasta las siete de la mañana, con lo que continuamos la tertulia con quinqués.

Como algunos querían comprar alfombras, nos planteamos si al día siguiente viajábamos hasta la Casa Tuareg, en Rissani, lo que nos suponía hacer 200 Km. más de lo previsto. En una votación decidimos que compraríamos las alfombras en Tinerhir, que estaba a quince kilómetros y donde el gorrón de alcohol nos iba a presentar a un pariente suyo que vendía alfombras. Nos fuimos a acostar, dejando a Amún cogorza perdido tirado en el restaurante, donde pasó toda la noche.

2 de marzo

Salimos con el gorrón de alcohol hacia Tinerhir, a mitad de camino, en Zaouia Sidi Abdelall, un coche apunto de volcar entretenía a todos los habitantes del pueblo. Se había salido de la carretera y estaba afianzado con unas maromas y apuntalado con unos postes para evitar el vuelco.
El gorrón de alcohol nos solicitó que le ayudásemos. Por lo que sacamos eslingas y el gato Hi Lift, enganchamos una eslinga al vehículo, otra a un poste de la luz y entre las dos, pusimos el Hi Lift que utilizándolo como cabestrante, fuimos recuperando el coche a la carretera. Después, seguimos camino.

Llegamos a Tinerhir y enseguida nos salió el guardacoches de rigor. Negociamos con él y nos fuimos a ver las alfombras.
Pasamos por un lugar donde estaban curtiendo piel y que su penetrante olor se esparcía por todos los alrededores.
Nos metimos en una casucha, donde nos sentaron en el suelo, nos sacaron un té moruno y nos explicaron el proceso de fabricación de las alfombras mientras dos mujeres tejían una.
Tardan seis meses en confeccionar una alfombra de tamaño medio, pero solo trabajan cuatro horas al día porque las realizan sin luz eléctrica y es agotador para sus ojos.
Después de la charla económico-cultural llegó la hora del regateo.
Extendían una alfombra detrás de otra hasta que nosotros, como si fuese una baraja española “cortábamos”.
Compramos un par de alfombras Sanchi y otra yo.
La mía me solicitaron al cambio 125.000.-Ptas. Y después de arduos esfuerzos me la llevé por 25.000.-Ptas. ¿Cuánto me habrían timado?
Después bajamos a la planta de los cachivaches, donde seguimos comprando chorradas inservibles que taparán el polvo por algún rincón de nuestras casas.

Era tarde, teníamos que llegar a Missour, así que nos despedimos de nuestros amigos, compramos en una tenducha unas chocolatinas, cuya fecha de caducidad señalaba un par de años antes e hincándolas literalmente el diente nos las pimplamos.
Llegamos a comer a Er Rachidia, tras un nuevo pinchazo del Topo, una plaza militar de amplias avenidas. Buscamos un bar y liquidamos nuestro jamón ante los expectantes clientes de la taberna.
Como era la fiesta del cordero, hicimos una fructífera gestión de venta de nuestro güisqui, que rápidamente se lo escondían tras sus pantalones.
Después entre una tormenta de arena seguimos hacia nuestro destino.

Llegamos de noche a Missour, el “hotel de los pelos” para seguir nuestra tónica habitual. Hicimos los deberes. Aquí el Lequio harto de rellenar papelitos poniendo siempre lo mismo, decidió variar:
Nombre: James, James Bond.
Procedencia: Londres.
Profesión: Agente secreto.
Destino: Rusia
Después nos dirigimos a nuestras habitaciones a apartar las cucarachas y a pasar revista a las sábanas de nuestras camas, como estaban infectadas de pelos, -habitual en este hotel- les hicimos montarlas nuevamente con sábanas limpias.
Después nos tragamos la charlaplastorra del pelmazo de turno sobre lo malo que había sido Franco y cuando le mandamos a cagar nos dirigimos al comedor a cenar.
Tajine y naranjas.

3 de Marzo

Decidí darme una ducha. A los cinco minutos el agua me llegaba por las rodillas. Me puse una toalla y salí a recepción. Ahí estaba el palomo, un maricón de primera división.
Tapándome pudorosamente y sin darle la espalda en ningún momento, le hice venir a mi habitación. Le enseñé el “superatasco” que tenía mi bañera. Él, mirándola fijamente, se rascó la sien, pensó unos segundos y se agachó sobre la bañera. Metió su pulcra y femenina mano en el agua –caldo con tres días de pistas acumuladas- y con cara de satisfacción, como el que hubiera descubierto América, me enseñó el motivo de tal atasco.
¡El tapón de la bañera! Estaba puesto y no me había dado cuenta. Le di las gracias sin perderle la espalda y le mandé a recepción.

Las 7.30, era la hora de la formación. Desayunamos y salimos por carretera hacia Melilla. Trescientos kilómetros nos separaban de España.
Paramos a mitad de camino a repartir los restos de la comida entre un grupito de niños, les dimos también ropas y calzados.

Yo vi un pequeñín descalzo, pedí unas zapatillas a alguien del grupo y se las di. Me miró agradecido y se puso una, le pregunté ¿no te pones la otra? ¡No, es para mi hermano! y echó a correr hacia su hermanito.

Nos entretuvimos en hacer un rato la ola a los coches que pasaban hasta que nos ligó la policía, les explicamos que estábamos saludando a sus compatriotas, se lo creyeron y seguimos viaje.

No he comentado nada de las carreteras marroquíes y el peculiar estilo de conducción de sus habitantes.
En ellas solo cabe un vehículo, al lado arcenes de tierra para apartarte cuando algún coche viene de frente.
Los cambios de rasante son ignorados, no hay líneas ni continuas ni discontinuas, tampoco es necesario, las ignorarían. Da igual si hay visibilidad o no, ellos adelantan cuando les parece, se incorporan de cualquier camino a la carretera sin mirar y pueden ir tan panchos a 40 por en medio de la calzada sin inmutarse.
Poco a poco te vas haciendo al estilo de conducción marroquí y usas las mismas técnicas que ellos No es posible conducir “a la española”, saldrías despedido a la cuneta continuamente.
Cuando viene un coche en dirección tuya, el juego consiste en ver quien aguanta más sin apartarse.
Centrado totalmente en la calzada, en el último metro, quizás centímetro, el menos templado, volantazo y a la cuneta.
En España te pondría los pelos de punta, aquí, en África, es así. No hay otra forma.

Llegamos a las proximidades de Nador, la frontera marroquí.
Comimos en una gasolinera unos pinchitos morunos, echamos tres o cuatro litros de gasóleo –lo justo para entrar en Melilla- y nos pusimos en la cola de la frontera.
Cerca de un par de horas de inútil papeleo nos llevó entrar en España. La frontera de Nador, bueno realmente es Beni Enzar, sucia y pestilente contrastaba con la pulcra frontera española, donde los aseados guardias civiles nos dieron la bienvenida.

¡Estábamos en España!

Nos dirigimos al puerto, donde gestionamos con la Guardia Civil la protección de nuestros automóviles. Nos indicaron donde dejarlos y luego, andando nos fuimos a la ciudad a comer.
Comimos sobre las seis, después un paseo por la ciudad, unas últimas compras para gastar los dirham que nos quedaban y volvimos al puerto donde en una terraza nos vimos un partido televisado que por los gritos que pegaban los Melillenses, debía de ser muy importante. Creo que era un Madrid Barcelona.

A las once, ya hora española salió nuestro barco. Antes pasamos el férreo control antidroga, donde la guardia civil te metía a los perros dentro del coche. Estos más pendientes del olor de nuestros chorizos que del hachís se volvían locos.
Cenamos en el restaurante del barco y después de un paseo por la borda nos fuimos a nuestros camarotes. A la mañana siguiente atracamos en Málaga a las siete, volvimos a pasar el control de la guardia civil y salimos hacia nuestras casas.

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